Descanse en paz el pobre jabalí
Quim Monzó
LA VANGUARDIA, dimarts 12 de maig del 2009
Era un Mercedes serie S, un coche impresionante: nunca había viajado yo en un cochazo como ese.
Como muchos de mis coetáneos, yo también me guaseé de la forma en que murió Cecilia, aquella cantante de los setenta que se hizo famosa con piezas como Dama, dama o Mi querida España. Se explicaba que murió al chocar contra una vaca. Una madrugada, ella iba en un Seat 124, con sus músicos, y allá por Zamora chocaron con una. Otros decían que chocaron contra unos bueyes. Tanto da.
Que alguien muera es terrible para la familia y los amigos. Pero, cuando ese alguien es conocido y la muerte grotesca, la sorna es inevitable. A partir de la muerte de Cecilia, morir al chocar contra una vaca – o, por extensión, con una bestia grande – pasó a llamarse hacer un Cecilia. Así, a quien cogía el coche para ir por una carretera solitaria, se le prevenía: «Ve con cuidado, no vayas a hacer un Cecilia». Una impresión similar causó la muerte del cantante Claude François. En 1978, François estaba en su casa, en la bañera, alargó el brazo para enderezar un aplique eléctrico y murió electrocutado. De forma que «morir electrocutado por tocar un aparato eléctrico estando en la bañera» se convirtió en hacer un François. Por el mismo proceso, morir ahogado en el propio vómito era (y es) hacer un Hendrix. Y, a finales de los ochenta, caer al mar en un viaje en barco entre Barcelona y Palma era hacer un Pigrau, por el apellido del marido de Mary Santpere, que – según publicaron los diarios – murió de esa manera. Y desde esos mismos años se dice que quien muere a manos de un portero de discoteca hace un Pastorius, en recuerdo del músico Jaco Pastorius, que acabó así en 1987. Es el caso, por ejemplo, del muchacho de meses atrás, en una discoteca de Madrid, o de aquel otro, hace años, al que un gorila de un local del Maremàgnum barcelonés apaleó y tiró al mar. Ambos hicieron un Pastorius.
Todos esos referentes invadieron mi cabeza ayer, a las tres menos cuarto de la madrugada, en la carretera de Tremp a Balaguer, a la altura de Alòs. El coche en que mi señora cónyuge y yo volvíamos de Sort, de pasar dos días en esa maravilla gastronómica que es el Pallars Sobirà, chocó con un jabalí. Afortunadamente, era un Mercedes serie S, un coche impresionante, propiedad de nuestro ya amigo Alfredo. Nunca había viajado yo en un cochazo como ese. El jabalí apareció de la nada, sabiamente Alfredo no frenó ni intentó evitarlo, el impacto fue espectacular, el sonido seco y grandioso, y en el salpicadero aparacieron exclamaciones de peligro y sonidos de alarma. El frontal quedó hecho un asco y el depósito del agua destrozado, con el agua formando un charco.
Mientras esperábamos la grúa salimos del coche. La luna iluminaba la llanura noguerense. Aproveché para echar una meadita, me acordé de un amigo que murió al chocar su coche con un jabalí, y agradecí lo mucho que han evolucionado los automóviles desde el Seat 124 de Cecilia.
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